“Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.”

Eduardo Galeano



Educación


El proceso educativo es la herramienta más efectiva para enseñar a comprender el mundo y la realidad que nos rodea, para transmitir y ejercitar los valores que hacen posible la vida en sociedad (convivencia democrática, de respeto mutuo…) y para preparar la participación en actividades e instancias sociales.

Pero nos encontramos inmersos en una sociedad que prospera gracias al consumo y parece que la escuela cuenta con una organización, funcionamiento de los centros y políticas educativas (centradas en lo que debe ser el proceso de enseñanza-aprendizaje), que la enmarcan y la construyen en una red acorde con la globalización. Así, la educación aparece como motor para lograr el crecimiento económico y la competitividad en los mercados. Esta noción de competitividad se traslada con fuertes connotaciones de rivalidad y disputa, con el objetivo de conseguir personas exitosas, y no como el hecho de adquirir capacidades para abordar determinados propósitos.

Puesto que la escuela es un organismo vivo, existen algunas iniciativas (muchas de ellas provienen de la educación no formal) que permiten pensar que se puede educar en y para otro mundo posible. Estas iniciativas suman esfuerzos necesarios (unos más pragmáticos, otros más utópicos, unos más inmediatos, otros más a largo plazo) para la construcción de una sociedad más justa, solidaria y libre para todos y todas.


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